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Hoy traté de salir y fue imposible. El viento no me dejó ver la calle ni el resto del camino. Seguí rodando por un
rato más y así continué hasta que pude ver el otro lado. Ya sabía de la vida y
sus obstáculos, así que busqué la voz de Dios dentro de mí.
Cerré los ojos y pensé en las
estrellas que había visto esta madrugada. Traté de
escuchar el silencio y de concentrarme
solo en eso. Luego respiré profundo y pude descansar en sus
palabras.
Vivir una experiencia diferente.
Salir de la rutina. Aprender a patinar, a pintar, a ejercitarte, a reciclar. Conocer
más personas de las que imaginaste. Comparar y pensar en lo que dejaste atrás.
Tener momentos de completa seguridad sobre los sueños realizados y otros de
duda y reflexión que te siguen persiguiendo. Sentir que es un logro poder
comunicarte cada día. Aterrarse por no tener un celular. Volver a recordar
momentos de un pasado que habías olvidado. Pensar en ese lejano edificio, en
esa montaña azul que veías todos los días o en como la simple brisa era diferente. Saber
que en la calle no encontrarás nada tan familiar hasta que la rutina te haga
adaptarte.
Sentir que no perteneces ni
aquí ni allá y que la tierra fue creada por Dios para todos, pero que los seres
humanos se inventaron las barreras, los patriotismos y la necesidad profunda de
atarse a una bandera para quizás sentirse identificados o para seguir llevando
a cuestas la historia y cultura de algo que no sé si
somos. Antes pensaba que era de un país, ahora no soy nada de eso. Soy
del mundo y nada
más.
*Foto: En algún lugar de Montreal.
Este es mi último mes aquí cerca
de Montreal y todavía me siento turista. Ayer disfrutamos de uno de mis lugares
favoritos: la zona del viejo Puerto (Vieux-Port).
Fuimos a la
Torre del reloj y la idea genial de una playa con vista al Río
San Lorenzo en la que se puede descansar y disfrutar del viento y la arena
perfecta. Pasé horas allí mirando el cielo, los botes y más allá el Puente Jacques Cartier y los edificios en
donde esta la otra parte de la ciudad: la actividad, la historia, las
edificaciones al estilo europeo, museos, helados, restaurantes, artistas,
payasos. Todo se puede encontrar… hasta un poco de
Ecuador (músicos autóctonos). Me senté a observar y pensé que al fin lo había logrado.
Vivir en otra ciudad del mundo. Estar ahí sin huir. Estar ahí sin afán. Esta
ciudad que casi empieza a pertenecerme,
que es tan distinta de la que siempre vi, que ya es casi mía…ahora también se
va.
Estábamos buscando un lugar para
quedarnos. Teníamos que escoger en pocos días el nuevo sitio donde viviríamos.
Viajamos por varios pueblos de Canadá: Burlington, Mississauga,
Oakville...todos alrededor de Toronto. Todos nos cautivaron. Todos tienen su
encanto y tienen aunque muchos no lo crean, su esencia. No solo son centros
comerciales o edificios modernos que exaltan la prosperidad de estas tierras. También
si uno quiere puede buscar ese momento que hace que estar allí sea más
especial. A veces me pregunto todavía porque siempre quise vivir en un país así.
Quizás me gusta que la gente parece que no husmea a su vecino. Pocos se asoman
a las ventanas o andan afuera de sus casas sentados esperando ver la cara de
los demás. Sea frialdad o apariencia, no lo sé, pero me gusta.
Al final encontramos lo que será
nuestro lugar en el mundo por un tiempo, por el tiempo que Dios lo quiera, pero
me dejé llevar por mis señales y encontré una imagen que
andaba buscando y que fue la prueba fehaciente de que allí me quedaría.